Juan Manuel Echavarría con la colaboración de Fernando Grisalez
Museo Universitario de la Universidad de Antioquia
Octubre 2023 - Mayo 2024
Medellín, Colombia
A Noel y a Vicente los vi por primera vez durante una fracción de segundo en un noticiero; cantaban algunas estrofas sobre la masacre del 2 de mayo del 2002 en Bojayá, Chocó. Murieron 79 personas dentro de la iglesia donde los pobladores se refugiaron para protegerse de un combate entre los paramilitares (AUC) y las FARC-EP. La guerrilla lanzó una pipeta de gas que explotó sobre la iglesia.


A Domingo lo conocí gracias a Noel y Vicente. Él tuvo que recoger los cuerpos, los pedazos de cuerpos dentro de la iglesia. Mientras los recogía -me dijo-, lloraba y les iba cantando.

A Luzmila tuve la suerte de conocerla en un encuentro Afrocolombiano en Bogotá. Desde ese primer momento tuvimos piel. Me permitió grabar algunas de sus canciones. En una ocasión le pregunté sobre las tomas guerrilleras que había sufrido su pueblo, y me respondió: “hay dolores que no se pueden contar, sólo se pueden cantar”.

A Rafael lo conocí en un encuentro cultural en Yuto, otro pequeño pueblo del Chocó. Lo escuché cantar sobre la violencia de la cual fue testigo. Allí mismo me permitió grabarlo.

A Nacer fue al último cantante que conocí en el 2003. Él y su hermano Dorismel, sobrevivientes de la masacre de Trojas de Aracataca el 10 de febrero del 2000. Una masacre perpetuada por los paramilitares (AUC) donde murieron 11 campesinos.

Todos ellos son sobrevivientes de una guerra en Colombia que se ha prolongado por más de 60 años. Sus canciones, ancladas en la tradición oral, como una catarsis sin odio ni venganza. Es allí donde encuentro la belleza profunda de estos cantantes.